ARTE

Jorge Luis de la Vega

por Mara Sofía López
 
Jorge Luis de la Vega (Buenos Aires, 1930-1971) fue un artista argentino de mediados del siglo pasado, recordado por su pertenencia al grupo de la Nueva Figuración (junto a Luis Felipe Noé, Ernesto Deira y a Rómulo Macció) pero que también supo destacarse en muchas ramas del arte. Si bien nunca se recibió de arquitecto, fue docente en la cátedra de Visión II de la UBA y también dio clases en la Cornell University (Ithaca, Nueva York); por otro lado hacia el año 1968 comenzó su carrera como cantautor y formó parte del movimiento Nueva Canción junto a Nacha Guevara, Marikena Monti y Jorge Schuccheim.
 
Su inclinación por las artes plásticas probablemente se debió a su padre, un funcionario contable que se dedicaba a la pintura de manera aficionada. A los catorce años comenzó sus clases de dibujo en la Sociedad de Estímulo de Bellas Artes y a los veinte, tan solo seis años después, realizó su primera exposición individual.
 
Durante la década del cincuenta comenzó a experimentar con obras no figurativas de base geométrica, en las que buscaba la pérdida de “todo contacto con la realidad visual física” para encontrar nuevos modos de relación con la realidad por medio del color, las texturas y las formas. Para 1960, si bien continuó su producción de obras abstractas, también inició lo que llamó junto a Noé, Deira y Macció, la Neofiguración: una nueva manera de representar la realidad visual colocando a la figura humana en un plano central, y haciendo especial hincapié en la materia, el chorreado y las manchas, junto con la libertad a la hora de crear. Hacia mediados de los sesenta, tomó contacto con el Pop Art y la psicodelia, y su obra experimentó otro giro: el uso de la figura humana deformada en espejos cóncavos planos.
 
 
Esta obra, ubicada a la izquierda en el primer salón del bar, pertenece a esta época. De manera sencilla y monocromática, por medio de líneas sinuosas y eliminando todo indicio de claroscuro, de la Vega retrató dos figuras, un hombre y una mujer, ella sobre él, que parecen celebrar algo que está ocurriendo probablemente hacia su derecha. Los rostros bien expresivos, retratados a partir de sencillos detalles evocan el clima de jolgorio propio del pop art.
Durante toda su vida, de la Vega participó y ganó concursos, expuso de manera colectiva e individual en galerías y Salones, y fue muy bien recibido por la crítica. Esto sin dudas, lo coloca como uno de los artistas nacionales más importantes.
 
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ANÍBAL CEDRÓN

por Mara Sofía López

Aníbal Cedrón (1948-2017) nació en Santa Cruz, pero a los cuatro años, se trasladó con su familia a Buenos Aires, más específicamente al barrio de La Boca. Asistió al Colegio Nacional de Buenos, del cual egresó en 1966 y siguió sus estudios en la Universidad de Buenos Aires, en las facultades de Arquitectura y de Filosofía y Letras (Historia del Arte). Su militancia política durante años tan duros (fue secretario de la FUBA entre 1970 y 1972) le valieron reiteradas expulsiones que finalmente impidieron terminar sus estudios allí.

Se formó como artista plástico en Estímulo de Bellas Artes (1967-1973), a la vez que asistió al taller de Raúl Lara entre 1967 y 68. Su primera exposición fue en 1972 y desde entonces, no dejó de exponer. Además realizó murales y obras expuestas de manera permanente diversos espacios de la ciudad. Entre ellas,  se encuentra la tela mural del CC de la Cooperación que integra el grupo de obras junto a las que realizaron Carlos Alonso, Rodolfo Campodónico, Carlos Gorriarena, y Luis Felipe Noé, declaradas Patrimonio Cultural por la Subsecretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

Su inclinación por la arquitectura y por el arte (tanto en la teoría como en la práctica) estaba directamente emparentada con su visión utópica de un futuro de progreso social, en el que las ciudades estuvieran plagadas de esculturas y experiencias audiovisuales “para el recreo estético de mis congéneres”. Tal como dijo su amigo Yuyo Noé: para Cedrón, cultura y política eran lo mismo y, en este sentido, la figuración fue siempre su aliada. En una entrevista realizada por Fabián Lebenglik en 2013, Cedrón decía “mi filosofía es humanista y socialista, por eso toda mi obra tiene como tema central la figura humana”. Siempre rechazó la abstracción por considerarla, al igual que la discusión en torno a la autonomía del arte y su prescindencia de la historia y de la política, una herramienta de vaciamiento impulsada por el mercado de arte.

Esta vez, tenemos un Quijote de trazo fino y múltiple. Sus ojos resaltan del resto de la composición posiblemente por el toque distintivo de sus cejas abultadas. Ya maduro, observa hacia abajo, fuera de cuadro, una escena ausente, dejándonos ver por medio de sus expresiones, el dolor que esta le provoca.

Fuertemente empático, esta obra sin más que un rostro sobre un fondo blanco, convoca a su espectador a “darse vuelta” y pensar qué es lo que acaba de suceder.

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LUIS SEOANE

por Mara Sofía López
 
Luis Seoane es un artista argentino- español que dividió su vida y su producción entre ambos países. Si bien nació en Argentina, a los pocos años su familia (de origen española) decidió regresar a La Coruña. Así, Seoane creció en la ciudad herculina y luego en Compostela, teniendo contacto con el ambiente rural aunque mayormente se movió en ámbitos rurales. En Europa hizo la carrera de derecho a la par de la de artista, involucrándose a su vez, en movimientos intelectuales y en la Federación Universitaria de Estudiantes de Santiago de Compostela, en defensa de la democracia y de la cultura gallega.
 
Hacia fines de la década de la década 30, las circunstancias políticas españolas, cada vez más adversas, lo obligaron a exiliarse. Nuevamente en argentina, se alojó por 27 años en Buenos Aires, donde promovió todo tipo de actividades culturales (editorial, revistas, radio, tertulias, exposiciones, periodismo, etc.), siempre cercano al círculo de gallegos exiliados.
 
Un artista prolífico, itinerante y polifacético, abogaba por un arte al servicio de la realidad que moviera las conciencias en pos de mejorar las condiciones espirituales y materiales del hombre. En este sentido, sus obras trabajaban en torno a la denuncia social y la angustia ante las políticas opresivas mundiales. El trabajo en el campo y el mar son uno de los temas recurrentes en sus obras, donde aparecen trabajadores representados dignamente por medio de una estética que rechaza el folklorismo. Asimismo, la mujer está muy presente en su obra, ya sea tratada de manera simbólica como una Mater Gallaecia (madre tierra), como aquellas mujeres que esperan el retorno de los suyos a Galicia y las trabajadoras urbanas y rurales.
 
Hacia la década de los 60, su estilo pictórico se vio modificado. Las líneas estructurales fueron reduciéndose a meros trazos independientes en color negro, mientras que las figuras se iban integrando al fondo. El color cobró un rol preponderante, construyendo planos vivos e intensos y modelando volúmenes. En esta época fue fundamental la influencia de pintores vanguardistas como los cubistas Picasso y Leger, el fauvista Matisse y Paul Klee. Además Seoane también se destacó en el ámbito de la literatura. Escribió ensayos, poesías narraciones y una obra de teatro.
 
 
 
En esta ocasión, Bárbaro Bar cuenta con dos paneles realizados por el artista en metal sobre tela. Ambos presentan dos figuras de perfil construidas de manera lineal y sintética. Si bien no es claro qué es lo que están haciendo y sus títulos (Estructura I y Estructura II) no proporcionan mayor información, sí podemos adivinar que se trata de dos personas realizando una labor física. Robustos, de extremidades grandes y con manos anchas, estos personajes se asemejan a los realizados por Seoane a lo largo de su vida.
 
 
 
 
 
 
 
 

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MARCELO MAIRA

por Mara Sofía López
 
Marcelo Maira es un artista nacido en Rosario en 1946, que desde muy pequeño supo que quería ser artista. Desde los ocho años tomó clases con diversos artistas, entre ellos Estanislao Mijalichen (Tallerdiez), discípulo de Juan Grela, quien había estudiado primero con el uruguayo Torres García y luego con Antonio Berni, dos maestros del arte rioplatense del siglo pasado. A los 23 años se mudó a Buenos Aires e ingresó en la Academia de Bellas Artes, hasta 1975 cuando emprendió un viaje por el Norte Argentino y Perú, como parte de su proceso de formación e investigación.
 
A lo largo de su carrera, Maira ha realizado un sinfín de muestras colectivas e individuales y ha ganado premios y reconocimientos por su labor artística. Asimismo, desde 1976 hasta el día de hoy, se ha dedicado en paralelo a la enseñanza en su taller. Esto no es un dato menor dado que es aquí donde podemos entenderlo como artista. En palabras de él: “sostengo que la Creatividad es una actividad natural, que puede ser desarrollada, siempre que se utilice en la actividad específica y se complemente con el trabajo” 1 . Tanto en su rol de profesor como en el de artista, siempre ha abogado por una apertura a la libertad creadora, dejando a un lado concepciones del artista como genio. En sus obras la tradición americana siempre está presente. Es una búsqueda constante de la recuperación de lo vernáculo, asumiendo el mestizaje y valiéndose de su formación académica.
 
Algunos ejemplos son Ritual Lítico y las series Grises y Sombras y Tiempo del Sol. En ellos, encontramos una fuerte presencia del color pero también de la línea. Entre ambos se construye un espacio fuera de todo tiempo, casi inmóvil e inaccesible. Estos nuevos espacios son mostrados a la manera de presentación, es decir, son puestos a la vista del espectador de manera hierática e imponente.
 
 
En el caso particular de esta obra, Maira recurre a una paleta monocromática y valiéndose de su dominio del color y la técnica, indaga en torno a las posibilidades plásticas del gris para construir este espacio cuasi urbano. La sensación de movimiento está dada por un lado, por las líneas curvas y rectas que se cruzan pero no se detienen sino que continúan su camino hasta desaparecer. Pero también, el manejo del claroscuro y las variaciones cromáticas construyen profundidad a la vez que aumentan el movimiento de la composición. En el centro, en cambio, se alza una especie de construcción monolítica posiblemente aventanada que se mantiene rígida e incluso indiferente, frente al fluir constante en torno a ella.
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